Por: Leticia Andino, Bióloga, docente y consultora.-
Para cuando el COVID-19 se encontraba en China, muchos logramos ver publicaciones de imágenes satelitales sobre la disminución de las emisiones de CO2, debido principalmente a la reducción de la actividad industrial, el uso de transporte y vehículos en este país. Ahora que se ha convertido en una pandemia, dicho impacto al medio ambiente también ha sido visto en todo el mundo. No hay duda de que las medidas de confinamiento por un largo período de tiempo han dado lugar a que la tierra tenga un “respiro” ante tanta contaminación.
No nos vayamos muy lejos, acá en nuestro país, el Observatorio Ambiental del Ministerio del Medio Ambiente y Recursos Naturales en su último informe de calidad del aire en la ciudad capital, afirma que en marzo de este año se registró una mejora sustancial de días con calidad del aire “buena”, en comparación con el mismo período de 2019 y 2018, es decir que no anticipa impactos a la salud humana. A esto también le sumaría la perceptible reducción de contaminación ambiental por ruido, un tema que pocas veces prestamos atención y que nos afecta grandemente.
No podemos dejar de mencionar que, ante la ausencia de miles de turistas en las playas y otros sitios de recreación durante la Semana Santa, es probable que se perciba una disminución en la contaminación por desechos sólidos. Además, de posibles cambios en el comportamiento de la fauna silvestre, aprovechando explorar nuevos sitios donde antes debía esconderse por la presencia humana.
En fin, esto nos da una gran lección, y nos deja aún más claro, que «todos somos parte del problema y de la solución al deterioro ambiental». Entonces, después de la pandemia ¿qué?
«¿estamos listos para adoptar medidas drásticas por el bien de nuestro planeta y nuestra existencia?»