Mitos y verdades del PIB per Cápita

Mitos y verdades del PIB per Cápita

El PIB o Producto Interno Bruto es un indicador clave para la ciencia económica en muchos sentidos, ya que permite tener en una sola cifra una aproximación del volumen de una determinada economía y sus posibilidades. Este indicador cobra una mayor relevancia cuando se le incorpora el componente demográfico; es decir, si se divide esta cifra que representa la producción nacional de un año entero, entre el número de habitantes.

Este cociente es el llamado PIB per Cápita y representa el promedio de la renta por habitante durante ese período.

Es decir, el PIB per Cápita estima cuánto –hipotéticamente- recibe cada habitante en razón de la producción de ese año. En esta ocasión centramos nuestra atención en esta medición.

Como toda creación humana ni es absoluta ni es perfecta.

Del mismo modo, este es un tema que a menudo se queda en la esfera académica y no trasciende de ahí. Con ello, se abona a que el tema quede casi completamente en el aire para la población en general, por lo que además del consiguiente análisis y comentario sobre los datos, se aprovechará de explicar sus deficiencias y a su vez, la respectiva crítica.

Uno de los principales motivos para dedicar atención al tema es la reciente cumbre del G-20 que se llevó a cabo en la ciudad germana de Hamburgo. Como es sabido, este reducido club de países no es otra cosa que el Jet-Set del llamado Primer Mundo, es decir; los 20 países más ricos del globo terráqueo. En razón del encuentro global fue difundida la siguiente infografía:

Infografía: Los países del G-20 según su renta per cápita | Statista Más estadísticas en Statista

Lo que este gráfico nos muestra no está para nada alejado de lo que cabría esperar en el mundo real, pues los primeros 5 países son los sospechosos habituales en cuanto al PIB per Cápita más alto del planeta: Estados Unidos (€50,571.78), Arabia Saudita (€47,899.19), Alemania (€42,882.04), Australia (€41,175.11) y Canadá (€38,742.17). A simple vista, y tomando únicamente como base las cifras de PIB per Cápita, queda confirmado lo que ya todos sabemos sobre ellos. Son economías con muy alta productividad que se refleja en el nivel de vida de sus ciudadanos y del mismo modo, en el tamaño de su mercado, poder adquisitivo y desde luego, las posibilidades de satisfacción de necesidades mínimas.

Hasta aquí el famoso indicador es útil, porque en términos económicos es posible deducir las posibilidades reales de los habitantes en cada uno. Habla netamente de recursos, pero sin embargo se deja fuera que los recursos per se son insuficientes para definir el bienestar en una sociedad, es decir, la gran falla del PIB per Cápita es la siguiente:

Más que de números, se trata de personas; aunque no se cuenten individuos precisamente.

Esta crítica se fundamenta en que su cálculo queda muy vago en términos del bienestar. Se omiten ciertas cosas que pueden dar información al respecto, como las desigualdades presentes –e inherentes- a toda sociedad, las externalidades (Este es un concepto económico que alude a los costos o beneficios no asumidos por algunos agentes, pero que significan resultados a terceros) y los gastos destinados a mitigar las externalidades negativas, como por ejemplo los gastos de Protección Civil.

Cabe destacar que aunque aludimos de manera general al contexto de externalidad, las que interesan y no son calculadas en el PIB per Cápita son aquellas derivadas de situaciones ambientales y climáticas. También están aquellas que son generadas a causa de malas decisiones por parte de los agentes de la economía.

Por otro lado, otros indicadores sacan a la luz algunas contradicciones acerca del uso de esta medición, como por ejemplo el reciente World Happiness Report 2017. Estados Unidos se encuentra en la posición 14, a pesar de que en el gráfico de PIB per Cápita aludido anteriormente aparezca en primer lugar.

Si nos basamos en los datos de PIB per Cápita y en los resultados del referido estudio, hay una marcada contradicción entre los ingresos y la plenitud con la que viven los habitantes. Si bien es cierto que el World Happiness Report no es una medición completamente economicista, recoge algunas variables que si responden a criterios económicos.

Este contraste desafía la lógica tradicional.

Un alto nivel de ingreso no necesariamente se refleja en el bienestar de los ciudadanos.

No podemos ignorar que aún en el mundo desarrollado existen diferentes problemas sociales que complican la vida de los habitantes de cada uno de estos países (Por algo los estadounidenses luchan por conservar el llamado Obamacare). Del mismo modo, no se puede asegurar que la cifra enunciada por el gráfico en cada caso sea igual para todos los ciudadanos. Esto último ya representa un ideal muy noble y hasta cierto punto inasequible, pero tener certeza del tamaño de la desigualdad económica puede revelar algunas pistas para reducirla en la medida de lo posible.

En síntesis, el uso continuado de este indicador únicamente ofrece una mirada precisa de la situación pecuniaria de cada país. Es decir, resuelve la incógnita del “cuánto”, pero queda corto si lo que nos interesa el “qué” y el “cómo”, ya que aunque sigue siendo útil en cuanto a la cuantificación de los recursos individuales, es insuficiente para determinar si se ha alcanzado una solución óptima al asunto del bienestar. De este modo, otros asuntos que pueden derivarse de ello requieren indicadores más precisos.

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