1992 en la memoria: ¿Qué nos pasó?

1992 en la memoria: ¿Qué nos pasó?

“But I won’t cry for yesterday, there’s an ordinary world somehow I have to find. And as I try to make my way to the ordinary world. I will learn to survive.” –Duran Duran- (Ordinary World)

1992 representó un año muy especial para los salvadoreños, ya que en teoría significaba un reseteo necesario para un pueblo que por distintos motivos llevaba cerca de un siglo completo viendo con desconfianza al hombro del prójimo. Las tensiones se acumularon al punto de llevarnos a una guerra en la que después de poco más de una década se llegó a la conclusión que no tenía sentido, sobre todo en sus últimos 3 años. En ese tiempo, las hostilidades inclusive habían perdido el fundamento ideológico. Por ello, la firma de la paz representaba una oportunidad única de un nuevo comienzo.

Más allá de las diferencias que hubieren entre hermanos, era mucho mayor la voluntad de rescatar de raíz a un pueblo que se había desgarrado a sí mismo a sangre y fuego en nombre de ideas extrañas y resentimientos sociales que, por mucha propaganda que se les hiciera, tenían solución.

Al menos en aquel año era un sentimiento y una percepción unánime.

Traemos esto a colación porque 25 años más tarde y siendo analíticos, es una mística y una motivación perdida y vale preguntarse qué ha pasado. Hasta en las cosas más sencillas, se notaban las ganas de empezar otra vez y bien. Una anécdota sencilla es una referencia útil; un día me encontraba revisando el feedback de las fanpages que sigo en Facebook y me aparecieron un par de publicaciones de una página muy conocida cuyo nombre me reservo. La temática de la misma es traer un poco de nostalgia a los ciudadanos que han vivido en este país por poco más de 30 años.

Las mismas eran precisamente de 1992, de páginas de algunos periódicos de la época en las que se anunciaban promociones de los supermercados de entonces, las cuales poco o nada tenían que ver con cualquier idea actual con el mismo fin, inclusive los premios y ofertas eran mejores. Del mismo modo, vale recordar que esta es sólo una de las muchas expresiones de la cotidianeidad en la que se notaba que más que estar discutiendo, nuestro pueblo tenía ganas de vivir, trabajar y progresar.

De haber conservado esa visión, nuestra sociedad sería otra.

En aquel entonces, casi toda la gente creativa que tenía el país se había puesto en marcha, pues era perceptible que en aquel momento todas las buenas ideas eran bienvenidas y se notaba desde los medios de comunicación hasta en distintas formas de arte. Algunos puede que no lo crean, pero hace 25 años los medios masivos tenían mucho espacio para el entretenimiento, incluidos los medios escritos. Cada 2 o 3 meses tenían alguna promoción con una dinámica entretenida que hacía que la población participara (Zumbis, ¿Dónde está Javier?, 3D-Manía, entre otras…) algunas con premio, otras simplemente para darle cómo pasar el rato a los lectores.

La televisión y radio, casi por inercia, empezaron a vaciarse de noticias y partes de guerra y se empezaron a llenar con música. El fin del conflicto fue además una motivación importante para que por primera vez desde los años 60s, tuviéramos una industria musical formal.

Esto queda muy claro porque justo en los primeros años de los 90s se multiplicaron exponencialmente los artistas nacionales y sus creaciones musicales en distintos géneros. Destacan de aquellos años: Rucks Parker, OVNI, Signo Azul, Prueba de Sonido, Matices, Los Caballeros del Sabor, Algodón, La Raza Band, Sangre Morena (Aún activos)… y la lista continúa y se hace larga, porque la motivación y la inspiración eran igualmente grandes.

Daba orgullo ser salvadoreño y eran mucho más las ganas de hacer cosas buenas.

Ahora bien, con ello no queremos decir que en 1992 El Salvador fuera un paraíso, ciertamente distaba mucho de serlo. Pero hay un elemento que marca la diferencia entre el salvadoreño de entonces y el de hoy y por ende en su visión del mundo y el entorno. Este es el resentimiento social.

El salvadoreño de 1992 estaba harto de oír hablar de “terengos” y “oligarcas” y de que unos y otros se estuvieran echando la culpa mutuamente de los conflictos sociales que padecemos –todavía- y el sólo hecho de que se sentaran a hablar para ponerle fin al asunto despertaba un optimismo no visto antes en nuestro devenir histórico.

Los ciudadanos comunes así lo asumieron y se hizo patente en la cotidianeidad de la época.

Los hechos aludidos aquí son sólo pequeños ejemplos. En otras palabras, mientras hubiese unidad y una visión de nación, se podía esperar mucho.

Muchos podrán decir que eso es sólo un mito y nunca se ha visto nada como eso en nuestro país, pero quien esto escribe –aunque con muy pocos años de edad- fue testigo de un país distinto, un país donde lo que importaba era pasar la página, donde ya no importaba quién tenía razón y quién se equivocaba, sino en el que finalmente podíamos concentrarnos –todos- en ver hacia adelante.

¿Entonces qué pasó para que olvidáramos todo?

Claramente lo que tenemos hoy es cualquier cosa menos esto que describimos, pero se debe a que el resentimiento social volvió a aparecer y es como un cáncer. Un cáncer que hace que veamos mal al colega, al compañero de trabajo y estudio sólo por su origen o por pensar distinto, entonces hay mucha desconfianza y da pie a envidias. Dicho sea de paso, complica ponerse de acuerdo para hacer posible cualquier cosa.

En los últimos 25 años, como resultado de esto, ha cobrado mucha fuerza en nuestro país uno de los males comunes del latinoamericano, pues nunca se reconoce lo bueno que hacen otras personas ni se les da apoyo para cualquier idea o iniciativa que se les haya podido ocurrir. Evidentemente, tales actitudes generan un efecto de dominó que empieza por tener pesimismo de todo lo que nos rodea. Pasa por no tener respeto de nada ni nadie (“El mundo es de los vivos”) y termina en creer que el único camino es pasar encima de otros y cuya máxima expresión es la criminalidad galopante que padecemos.

Sobra decir que poco o nada de lo que hemos ejemplificado queda actualmente en pie.

Evidentemente 1992 ya nos queda muy lejos en el tiempo, pero por algo se dice que el que no aprende de la historia está condenado a repetirla. No pretendemos con esta columna vender una fórmula mágica que prometa que de la noche a la mañana se acaben nuestros problemas estructurales, pero si dar una pista histórica de que alguna vez estuvimos cerca y se dio al menos un primer paso y valga decir que de eso actualmente no se habla. Mientras tanto seguimos buscando la culpa en el otro sin prestar atención a la historia.