¿Tendremos los políticos que merecemos?

¿Tendremos los políticos que merecemos?

El Salvador se encuentra de nuevo ante un proceso de elección de cargo público; pronto, se deberá acudir a las urnas durante la “fiesta cívica” para decidir quiénes gobernarán las alcaldías y aquellos que tendrán una silla en el primer órgano del estado. Será un nuevo proceso electoral en un país que parece no avanzar en democracia.

Los rostros, desconocidos en algunos casos, desfilan con banderas, colores y promesas, quizá porque no poseen más que ofrecer. Otros son rostros que se conocen de vez en cuando por alguna opinión o escándalo. Algunos rostros se perfilan como “nuevos” pese a servir como repetidoras de viejas costumbres y mañas.

Ellos nublan nuestro panorama en búsqueda de nuestra simpatía o, al menos, de inclinarnos a buscarlos y marcarlos porque serán el recipiente de nuestras esperanzas y sueños. Esa marca deforme y hecha con prisa sellará el destino de creyentes como ateos de la comunidad política.

Los políticos – no la política – inician una carrera de sobrevivencia de su estilo de vida.

Se resume en la palabra “voto”.

En contraste, se duda que exista alguno de ellos al cual no se le pueda encontrar algún delito. Incluso, la creencia popular afirmar que todo aquel que entra en este ámbito lo hace, la final, para beneficio propio. Cada nueva votación reúne al número necesario de salvadoreños en las urnas para colocar en lugares privilegiados a los mismos que se han tachado de ratas, corruptos, ineficaces y holgazanes. La expresión popular es la base que ostenta su poder y define su marcha.

Es decir, son el reflejo de nosotros mismos; de nuestra sociedad.

¿Cómo se puede exigir transparencia cuando nosotros mismos querremos ocultar nuestros propios ingresos con el fin de evadir renta? ¿Podemos expresar que son unos mantenidos cuando por machismo evitamos que la mujer trabaje y se dedique al hogar, a cambio de guardar silencio y aguantar nuestras acciones de hombre?

La educación que se imparte en los hogares y nutre a las nuevas generaciones de conceptos tan nutritivos como: “si te pega, dale”, “si te dejas es porque eres tonto”, “el hombre debe tener muchas mujeres pero la mujer solo un nombre”, “si no eres vivo te va mal en la vida”, entre otras.

En el diario vivir, buscamos colarnos en la filas porque nuestro tiempo es más importante que del otro. Manejamos siempre a la ofensiva porque somos dueños de la calle. Juzgamos a una mujer que amamanta en la calle mientras rendimos culto a quienes muestran sus atributos en espacios públicos.

Hacemos un idolatría, a veces secreta y otras no, ante cualquier acción que implique ventaja por sobre el otro.

“El mundo es de lo vivos”, repiten los creyentes.

Esos rostros que tildamos como políticos, en todos los niveles de poder, terminan por ser un producto más de lo que somos todos; si son corruptos, si los comparamos con animales o si utilizamos insultos para describir su accionar; la respuesta es simple: Nos lo merecemos.

Más allá del acto del sufragio, nos los merecemos porque somos una sociedad torcida y podrida. El salvadoreño es resistente al diálogo, a las opiniones diversas y al consenso. En las próximas elecciones, se acuda o no a ejercer el voto, habrá ganadores y perdedores. Las sillas no quedarán vacías. Se olvidarán los rostros de la gran mayoría que hoy sonríen como cercanos.

En las próximas elecciones, tendremos a los políticos que merecemos porque más allá de una acción simple, es el camino que como sociedad hemos trazado y no nos atrevemos a cambiar.

En las próximas elecciones, las que vendrán en futuros cada vez más oscuros, deberíamos preocuparnos más por engendrar mejores candidatos que rezar por un héroe.

El Salvador merece más de su propia gente.