Por: René Molina, estudiante de Sociología
En
sociología el término anomia fue introducido primeramente por Emilio Durkheim
en su libro El suicidio, el cual estudia las causas del suicidio en
la sociedad europea a mediados del siglo XIX. Para Durkheim una de los factores
determinantes que lleva a una persona a cometer un suicidio es la Anomia que se
vive en una sociedad, la falta de reglas y valores que la rigen, y que lleva a
una persona a tener miedo, inseguridad, insatisfacción, angustia y que puede
terminar en el suicidio.
Por otra parte, Robert K. Merton, que también se interesó en estudiar la anomia en la década del treinta en siglo veinte, la define como la imposibilidad que tienen ciertos individuos de acceder a medios que les sirvan para alcanzar fines u objetivos socialmente establecidos. La imposibilidad de acceder a estos medios para alcanzar fines u objetivos se da mayoritariamente en los grupos socioeconómicos de más bajos recursos, en los cuales se da un desvió social que se puede reflejar en: alcoholismo, delincuencia juvenil, drogadicción, violencia doméstica o violencia en general, trastornos mentales, entre otros.
En
el contexto salvadoreño podemos observar una anomia en la sociedad, la cual
desencadena un sinfín de problemas sociales que afectan mayoritariamente a la
clase más vulnerable económicamente hablando. Esta anomia que se refleja en
altos índices delincuenciales, altos índices de homicidios, altos índices de violencia
y en una constante producción y reproducción de las pandillas y maras
juveniles.
Este
estado de anomia el cual vive la sociedad salvadoreña ha sido producto de las
malas decisiones y políticas implementadas por los gobiernos que precedieron a
la guerra civil. Estas políticas fueron enfocadas en la reconstrucción del país
en el ámbito económico, dejando de lado la reconstrucción del tejido social, un
tejido social que había quedado devastado después de la guerra. Nunca se le
puso atención a los millones de desplazados que dejó la guerra, los cuales
fueron poblando paulatinamente los grandes centros de hacinamiento poblacional
que años más tarde generarían un sinfín de problemas sociales.
A
la vez, nunca se le puso atención a la gran cantidad de deportados
provenientes, en su mayoría, de Estados Unidos, algunos, en un alto porcentaje,
habían cometido delito en suelo norteamericano y que años más tarde serian el
abono de cultivo para el nacimiento de las pandillas. Nunca se le puso atención
a los graves trastornos mentales que había dejado la guerra en millones de
salvadoreños. Nunca se le puso atención a los miles de niños y niñas huérfanos
que dejó el conflicto armado. En este contexto se comenzó a implementar un
sistema neoliberal el cual amplío la brecha entre ricos y pobres.
Pero,
la anomia no sólo genera una sociedad altamente conflictiva, también ha
generado una sociedad paralizada, una sociedad que no reacciona a lo que sucede
en su entorno, una sociedad que está consiente de su situación, pero no hace
nada para intentar cambiarla. Una sociedad que se sostiene sobre el delgado
hilo imaginario de que vivimos en “paz” y por lo tanto hay que cuidar esa
“paz”, aunque los registros de asesinatos diarios nos digan lo contrario.
Una
sociedad que ve que el gobierno hace las cosas mal, pero se conforma con decir:
mañana lo rectificará. Una sociedad que esta drogada por las grandes compañías
de televisión, por los grandes centros comerciales, por las grandes marcas de
ropa, por la gran cantidad de teléfonos inteligentes baratos, por el fenómeno
de las redes sociales, por el bipartidismo político que ha generado una gran
cantidad de fanáticos los cuales defienden a capa y espada al político de su
preferencia, a pesar que está demostrado que los políticos en este país les
falta transparencia, que se pelean frente a las cámaras, pero detrás de ellas
ejecutan oscuros acuerdos.
Una
sociedad que su mayor acto de revolución es escribir un comentario en redes
sociales en contra del gobierno. Una sociedad que se conforma con que una
compañía telefónica saque un spot criticando a los políticos, pero no ve más
allá, de que el fin último del spot es llegar a los grandes consumidores
aprovechando una coyuntura política.
Una
sociedad con anomia y parálisis, en eso nos hemos transformado, o en lo que nos
han transformado, en una sociedad que lo único que espera es que un día el
Mesías venga y nos libre de todos los males que padecemos. No nos hemos dado
cuenta que el Mesías ya está entre nosotros, y no, no me refiero al chico de
los calcetines de colores, me refiero a que el Mesías está en el mismo pueblo y
que es el mismo pueblo el único capaz de cambiar las cosas, el único capaz de
cambiar el statu quo, ahí, en el pueblo es donde está el verdadero Mesías, el
verdadero cambio.