Verde olivo sin fusil

 

Por: Cottler Arévalo

El soldado, el peón más frágil, pero vital en un conflicto bélico, el verguea  bichos, el chaneque protege burgueses, la iguana detestada por los insurgentes y  criminales, el que todos odian. El robot represivo del Estado que se encarga de mantener nuestro pacto social en orden, según lo mencionan algunos clásicos  de las  Ciencias  Sociales. Pero a la vez, el soldado es al que más añoramos en situaciones de peligro y tragedia, así como a él no le importa morir por un desconocido, a pesar que, morir sin saber nada de su familia representa unos de sus mayores miedos. A nosotros, ¡No nos importa!

Al soldado todos lo criticamos, todos los señalamos, todos los juzgamos pero le aplaudimos cuando rescata personas sin importarle su estatus económico, su raza, su religión o si es mujer o hombre en cualquier desastre natural; es más, lo admiramos cuando marcha un 15 de septiembre orgulloso de cara al sol.

El soldado voluntariamente se enlista y jura frente a la bandera defender a su país orgullosamente. Pero en nuestro El Salvador las cosas son diferentes, pues aquí el soldado se en lista por necesidad, porque en cantones remotos a la capital sólo tienen dos opciones: La tierra o la vida militar. Para muchos la voluntad se desquebraja por el hambre, ustedes imaginarán el resto, como dice un dicho militar Colombiano: “El soldado trabaja mejor con el estómago lleno que con uno vacío” y no sólo en lo militar sino pensemos: ¿Quién trabajará bien con hambre? Pongámonos esas botas un instante y preguntémonos si el soldado que patrulla nuestras calles, ha comido, tiene sed, habrá dormido, si se siente querido, tendrá  este enfermo a un pariente, o le habrán asesinado a otro por el hecho de ser militar o vivirá en una pobreza más grande que la nuestra. ¿Acaso nos habremos preguntando si es molesto andar ocultando la identidad bajo un gorro navarone  durante un día de sol extenuante de nuestro bello pero duro El Salvador? ¿Nos lo habremos preguntado?

La realidad es dura hasta para el soldado en nuestro país. No podemos obviar los  casos de abusos de autoridad que se sufren en el país, pero por unos elementos no se puede juzgar a todo un ejército, ya que hay soldados malos y soldados muy buenos, depende resto de nuestra moralidad,  también pero la soledad, el maltrato del adiestramiento, el hambre y un fusil pueden llegar a ser una combinación bastante hostil. Al cabo también es un humano, uno en el cual aún prevalece su principal código militar, que es, defender la soberanía nacional ante cualquier intromisión extranjera y en caso especial de una amenaza interna y donde entre sus consignas siempre resalta, la disciplina el honor y lealtad a nuestra patria El Salvador.

Por ello al ver un soldado en nuestro país, recordemos que también tiene familia   que hasta tiene que ocultar, sueños que quizá ni alcanzará, pero tiene una  mancha histórica que llega al punto de deshumanizarlo y sólo ver en él una figura de muerte destrucción y odio.