Celebrando el cumpleaños del padrastro malo

“Me niego a que me anden cosiendo y descosiendo el porvenir” –Mafalda-

Enero es un mes polémico para los ciudadanos de nuestro país en muchos aspectos, desde los más comunes como el caso de la tan famosa cuesta como el hecho de la temporada escolar. Estas son cuestiones que fácilmente pueden calificarse como “nada del otro mundo”. Para los habitantes del Pulgarcito de América, sin embargo, el primer mes del año representa algo diferente desde hace dos décadas y media.

Cada 16 de enero desde el año 1992, se celebra el aniversario más de la firma de la paz; un hecho histórico e importante sin duda. Después de todo, esta fecha representó un antes y un después para nuestro país. Sucede que antes y durante el conflicto, muchas cosas que hoy asumimos con cotidianeidad eran impensables e imposibles. No obstante, cabe preguntarse: ¿Estamos realmente seguros que este país sea otro?

Este día no pude evitar notar que algo muy cotidiano como los atascos del tráfico poseían un ingrediente especial. Este año, la celebración cayó no sólo  lunes. Sumándole a esto, los imaginables y esperados embotellamientos fueron peores que de costumbre y esto fue precisamente debido a la conmemoración de los mencionados acuerdos.

Con solo eso, nos damos cuenta de que muchas cosas han cambiado sobre esta fecha. Hace veinticinco años, por ejemplo, esta fecha era día de asueto. Además la gente lo recibía con agrado, porque para empezar, habíamos dejado de matarnos los unos a los otros. En efecto, se percibía que el país era distinto…

Veinticinco años más tarde, sólo vemos que se repiten las mismas dos palabras en tono de pregunta y hasta el hartazgo: “¿Cuál paz?”. Estas palabras se dicen, hasta cierto punto, con justa razón.

Hay dos aspectos principales sobre las frustraciones al respecto. El primer aspecto es nuestra realidad actual: El país está a la saga en casi todo, porque sólo son las noticias negativas las que salen al exterior. Esto resulta repetitivo y repulsivo para el mundo. El segundo aspecto es que más allá de que estemos bien o mal, se nos está obligando a celebrar algo mientras descuidamos mucho que ahora importa.

 En el año 2017, la conmemoración de la paz ya no parece la refundación del país. En lugar de ello, deja la sensación de estar celebrando el cumpleaños de tu padrastro malvado e irresponsable que golpea a tu madre, viola a tu hermana y gasta su salario en alcohol.

Esta analogía es precisamente la que mejor describe la situación. No podemos negar que nuestra realidad se parece demasiado a la barbaridad mencionada. En medio de situaciones altamente cuestionables, se nos obliga a poner una sonrisa de oreja a oreja. Y esta sonrisa es hipócrita, mientras se nos exige a hacernos de la vista gorda con tales problemas y las que serían sus soluciones efectivas.

Más allá de lo que representa esta fecha, no se puede obviar que nuestra realidad no está para el bombo y platillo. Ante tal situación, ya no podemos perder un segundo en tratar de enderezar el rumbo. Precisamente, la gente más propositiva y que está consciente de esto es la más molesta. Esto es porque se le obliga a descuidar las prioridades actuales por un pasado que en poco o en nada abona a las soluciones del presente.

No se trata de desconocer la importancia del hecho y su conmemoración. Después de todo, una frase bien famosa sobre el significado de la historia dice así: “El que no aprende de la historia, irremediablemente está condenado a repetirla”. Todos los países cuentan con sus hechos y fechas importantes que dicen mucho y definen su identidad nacional. El Salvador no es la excepción.

Sin embargo, es aquí donde entra el segundo aspecto de la desidia por la celebración de la paz, que a su vez deja la sensación de que en los últimos dos cuartos de siglo, no hemos aprendido nada.

Nuestro país no es el único en el planeta que ha pasado por un conflicto de este tipo. Sin embargo, hay que decirlo con honestidad. Nuestra sociedad está enferma de anacronismo y un segundo aspecto del mismo tiene que ver con la frase que citamos al principio. Estar anclados en el pasado no nos deja ver que la solución a un mejor futuro pasa por nosotros mismos; por nuestras propias acciones.

Esta ha sido la gran lección aprendida de esos conflictos. Quienes lo comprendieron ahora son naciones de primer mundo que en algún momento se expresaron mal de sí mismas o de la situación derivada de esa circunstancia. Pero algo en ellas hizo una gran diferencia: Entender que los únicos que podían resolver la cuestión eran ellos mismos.

Aunque el salvadoreño promedio sea pujante y trabajador, oculta un trasfondo que nadie, ya sea por miedo o vergüenza, se atreve a criticar. Esto ocurre con guerra o sin ella. Adolecemos del típico mal del latinoamericano: Esperamos la venida de un mesías que de la manga nos resuelva la vida sin esforzarnos gran cosa. Este es un patrón que se ha venido repitiendo en cada etapa de nuestra historia. Nos quejamos de que la cosa no camina y pretendemos aplicar la misma solución y actitud fallida del pasado a un problema que no responde a ese contexto y como resultado, ¿Qué surge? La respuesta es: más quejas y más impotencia.

Está bien decir la verdad sobre cómo estamos y oponerse. Sin embargo, repetir el mismo patrón de simple denuncia, pesimismo y poca acción individual solamente nos llevará a repetir el ciclo.

De nada servirá cualquier solución integral a nuestros problemas si poco o nada hacemos sobre nuestra actitud hacia nuestros semejantes.

 ¿Cómo exigimos educación si no somos capaces de devolver un saludo? ¿Cómo exigimos seguridad si no deseamos el bien para el otro y hacemos bullying al que destaca por ser diferente? ¿Cómo esperamos crecer en competitividad si nuestras empresas no se autoevalúan? ¿Cómo esperamos que quien está a cargo se comprometa de lleno si nosotros mismos queremos solucionar lo que sea culpando al vecino? Sobre todo: ¿Cómo esperamos progreso si pensamos que lo importante no es ganar, sino hacer que el otro pierda?

Sin importar la fecha y su significado, sobra decir que en nuestro país la paz es algo casi ausente. Más allá que esto se dé por cuestiones políticas o económicas, la situación ocurre a causa de nosotros mismos. Para agravar lo mencionado, exigimos derechos por encima de nuestras obligaciones y se lo dejamos todo al Estado. ¿Se nos ha olvidado acaso que quienes conformen esta “magna” institución salen de entre nosotros mismos? De nada sirve decir que estamos mal si lo único que hacemos es quejarnos y tirar la bola. La sociedad que tengamos será resultado de nuestras acciones y actitudes diarias, pequeñas o grandes, importantes o insignificantes.

Muhammad Ali dijo: “El servicio a los demás es el alquiler que pagas por tu habitación aquí en la Tierra”. Se nos obliga a celebrar el cumpleaños del padrastro malvado porque nunca meditamos que nuestros errores y omisiones tienen esta situación como resultado final. En palabras más crudas: Nos golpea y nos abusa porque con nuestro egoísmo y relativismo le permitimos llegar a donde está. ¿Es posible cambiar esta realidad? En la medida que entendamos que obtenemos lo que damos y que se cosecha lo que se siembra, la respuesta es que si es posible.

 

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Licenciado en Economía por la Universidad de El Salvador graduado en 2015 y redactor de El Target.com Apasionado de la cultura japonesa y las artes marciales, gusta de coleccionar objetos, escuchar música, jugar Videojuegos y ver Anime.

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