Como país, preferimos creer

Fotografía de Contra Luz

Por: Irving Flores

Cuando pensaba en el título de este artículo se me vino a la mente la palabra soñar en lugar de creer, pero me di cuenta que, al hacerlo, dañaría el significado real que tiene esa palabra para mí. Soñar no es malo, al contrario, necesitamos más soñadores que nos permitan encontrar caminos diferentes, que nos permitan salir adelante.

No obstante, en lugar de eso tenemos personalidades que se disfrazan como “soñadores” pero en realidad sus palabras son engaños, mentiras y vendas. En lugar de esperanza nos dan incredulidad.

En vez de unirnos, nos separan.

El país se sacude en temas que son de interés de todos, más allá de nuestra (inútil) tendencia partidaria, y se descubren las fallas estructurales de un sistema estatal al servicio de las minorías, aunque la frase se escuche marxista, y me tachen de comunista.

No es solo El Salvador, ocurre en varias partes de Latinoamérica y en diferentes tipos de gobierno, pero claro, posiblemente solo conozcamos aquellos casos de interés mediático y tergiversado que llegan a nuestras pantallas, las del celular, porque creemos en lo que se dice por ahí bajo cualquier título: no quieren que se sepa. Incluso confiamos en esos remedios poderosos para volvernos súper humanos.

La situación social es dura; aquellos mecanismos que deberían servir para el progreso nacional son solo herramientas en manos de niños caprichosos, en un berrinche sin fin de “esto es mío”. Al margen, sufrimos, cada uno de los lectores de este artículo.

El lenguaje todavía es insuficiente para incluir.

Para nada somos una nación con mala fortuna, no es la geografía, el estar al sur o cualquier otro pretexto inventado en los discursos elocuentes. Lo sabemos, por supuesto que sí.

El descontento, la desconfianza y la impotencia, deberían hacernos despertar y exigir a esos que en su imaginario están “arriba” que renuncien a esos cargos. No los necesitamos.

Sin embargo, el salvadoreño prefiere creer. Un creer no de la esperanza, la fe o la convicción; se trata de un creer sesgado, cansado y engañado. Desprovisto de toda conciencia colectiva y amarrado a sentimientos primitivos.

Preferimos una y otra vez la mentira, sin importar su procedencia. Una vez más, gritamos a todo pulmón, las consignas renovadas de las viejas prácticas burocráticas de una clase privilegiada por nuestra propia mano.

Cerramos una vez más los ojos y nos entregamos a ello.

Estamos en un contexto histórico, debemos comprender las dimensiones de esos temas que están en la vía pública. Pese a ello, es otro tipo de entretenimiento a nivel mundial el que ocupa la visión de una gran mayoría, la misma que tiene peso al final del día.

No los culpo, nuestras venas cargan la historia de distintos alzamientos y sacrificios por un mejor futuro. Una historia escrita, efectivamente, con sangre de compatriotas de pie, unidos y en marcha.

Como resultado, nos hemos vuelto cobardes escondidos en la rutina.

Ese peso de la historia y nuestro afán por no revivir episodios difíciles es el aditivo necesario para preferir la resignación antes de la confrontación; no la de armas y explosiones, sino de argumentos y propuestas.

Las nuevas generaciones han heredado dicho sentir y, además, lo ha mutado en el afán de buscar afuera, lo que deberían exigir acá en su tierra. Se van cuando más los necesitamos, nosotros los expulsamos.

El silencio que ahoga los gritos de justicia, el ruido del entretenimiento convertido en aliciente social y los discursos de oveja para dormir tranquilo por la noche.

Todo ello me lleva a la conclusión: preferimos creer.

Creer que hacer lo mismo de todos los días nos protegerá; en una voluntad superior como única forma de salvación; en la resignación como forma de vida; en banderas teñidas por el desgaste y máscaras deformes como rostros amigables.

Creer que la culpa la tiene el otro; que estamos fuera de las decisiones importantes; en ser pasivos como forma de sobrevivencia; en apartar la vista del caos; en los estímulos para olvidar.

Creer que todo está perdido; en las esperanzas de alzar vuelo lejos de este infierno; en desestimar cualquier acción colectiva; en que nuestros problemas son más duros que los del prójimo; en mentiras; en mil formas de verdades a medias; en que somos los desprotegidos.

Foto enviada por Contra Luz

Creer en que hacer lo mismo será la solución; que oponerse es hacer patria; en ser más inteligente; en acomodarnos para vivir mejor; en buscar el beneficio propio; en callar; en gritar lo que otros dicen; en renunciar; en que es mejor ser malvado; que ser el bondadoso inútil de la caridad.

Preferimos creer estoicamente. Creer una y otra vez. En aquello, esto o su combinación. En creer cuando deberíamos desconfiar. En creer sin fundamento. En solo estar ahí.

Como sociedad nos hemos adormitado. Nos falta mucho por aprender.