Horrores con “H” de hipopótamo

GUSTAVITO EL HPOPOTAMO

“…los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo, los primeros en sacar el cuchillo, los tristes más tristes del mundo,  mis compatriotas, mis hermanos…” –Roque Dalton- (Poema de Amor)

Nunca una poesía de este escritor salvadoreño había cobrado tanta validez como en los últimos días. Estos versos de hace poco más de cuarenta años han cobrado un aire profético, pues mucho de lo que dice esta poesía, de un modo u otro, se ha cumplido. Esto es especialmente porque haber sido “los primeros en sacar el cuchillo” nos ha llevado a darnos cuenta que hemos tocado fondo.

El pasado sábado, con profundo pesar supimos que Gustavito, hipopótamo del Parque Zoológico Nacional, fue agredido de manera cobarde y furtiva; cual si se tratara de un Safari urbano. Esto sucedió a tal punto que los encargados de salvarle la vida al animal se dieron cuenta hasta que las heridas causadas le habían provocado un daño irreversible y mortal. Es cierto que la agresión a Gustavito es algo condenable por tratarse de maltrato animal.

Sin embargo, hay muchos más factores al respecto que hacen de este hecho un símbolo de lo mal que estamos como sociedad.

Claramente hace mucho tiempo que somos testigos de sucesos violentos que hacen perder la esperanza al más optimista, al punto que se estigmatiza al país entero como un verdadero infierno. Sin embargo, el cobarde ataque a un ser indefenso, cuyo único pecado ha sido venir a este país con fines didácticos, ha sido el colmo de los colmos, la gota que derramó el vaso; para decirlo coloquialmente.

Por lógica, quienes abanderan las causas en favor de la vida silvestre –con la más justa razón- están indignados, pero la cruda realidad es que la tragedia de Gustavito es mucho más que un caso de maltrato animal. Debido a la cantidad de situaciones implícitas, se ha tornado en la vitrina de todo lo malo de El Salvador, y asimismo pone al descubierto ambas caras de la moneda de nuestros horrores. Tristemente, esta palabra también se escribe con H, igual que hipotótamo.

Por principio de cuentas, a Gustavito lo agredieron en un lugar donde el mínimo esperado era su adecuada alimentación y cuidados.

Por ende, no se suponía que fuera a pasarle algo malo, ya no digamos que se le asesinase.

Además resulta tan inverosímil la tardía atención para tratar sus heridas como el hecho que algún grupo de bandidos entrara al Parque Zoológico como Pedro por su casa a perpetrar este hecho.

Valga decir que no sólo pasó inadvertido el ingreso ilegal de estas personas al recinto, sino también el hecho mismo, ¿Cómo es posible que nadie haya visto o escuchado algo al momento del ataque?

Inclusive se especula la complicidad de algunos empleados.

Pasados unos días, se ha hecho una experticia según la cual Gustavito falleció a causa de una enfermedad intestinal que se desarrolló semanas antes del hecho. Esto claramente contrasta con la que hasta el momento ha sido la versión oficial. Como cuidadanos de este país, estamos a la expectativa que la verdad sea descubierta. A pesar de esto y fuese cual fuese la verdadera historia, en ambos casos el asunto de fondo es el respeto hacia los seres vivos. Por ende, este sigue siendo un hecho polémico, inverosímil y condenable, puesto que en un sentido o en otro, es muy notorio que el común denominador entre ambas hipótesis es la negligencia del personal del Zoológico.

A las circunstancias tan insólitas, se suman además las suspicacias de orden político.

Resulta curioso que a pesar de que el referido recinto cultural lleva años presentando cuestionables condiciones de operación, sea hasta ahora que ocurre algo tan repudiable que se quiera tomar cartas en el asunto. Llama mucho la atención que un reconocido funcionario público, apenas 24 horas después de conocerse el suceso, haga una propuesta rimbombante y altisonante respecto del cierre del Zoológico.

¿Por qué hasta hoy que sucede algo así?

¿Por qué no haber hecho la propuesta al momento de tomar el cargo?, ¿Valía menos la vida de otros animales que perecieron por las pobres condiciones del Zoológico para que hasta ahora queramos ponernos “serios” al respecto? Son preguntas que al calor de tres días de esta noticia y de aplausos a la propuesta, nadie se hace.

Del mismo modo, se alude continuamente a la negligencia de las autoridades del Zoológico. Al calor de las quejas y arrebatos, hay hechos que se desconocen. Las actuales condiciones son un sabotaje realizado con el fin de apartar del camino al director de esta institución, pues la persona en el cargo una y otra vez se ha negado a servir a intereses políticos de cualquier signo. “El fin justifica los medios” diría Macchiavello. A fin de tantas, de lo que se trata es de arruinar la reputación profesional de una persona si esto sirve a la satisfacción de determinados intereses.

Una propuesta objetiva y seria al respecto debía hacerse a la primera señal de que algo no estaba bien.

De haberle dado la debida prioridad al asunto, no sólo Gustavito y los que se le adelantaron en el viaje estarían vivos y saludables, sino que en verdad tendríamos un Zoológico como los de los países primermundistas. O en un mejor caso, no tendríamos zoológicos para nada, porque indiferentemente de la calidad con la que un animal sea cuidado, esos lugares siguen siendo jaulas para las diversas especies.

Pero volviendo al caso, en este contexto, resulta además muy discutible que los seres humanos nos aprovechemos de los animales para alcanzar los objetivos más sórdidos. Claramente, ellos no pueden decidir ni opinar por la situación en la que están en el recinto ni sobre lo que es mejor para ellos (Irónicamente, eso último es decisión de los humanos)… y mucho menos pueden votar.

Respecto de esto último, es en este punto que lo sucedido simboliza a la perfección nuestra debacle social.

La tragedia que sufrió Gustavito es como un Ying-Yang que ilustra lo mal que estamos.

En un sentido, el hipopótamo se ha convertido en otra víctima de la precaria situación que como salvadoreños enfrentamos día a día y de la inoperancia de las instituciones que se supone deben garantizarnos lo mínimo. Pero además, la criatura no contaba con la posibilidad de opinar, protestar o pedir ayuda; que nosotros si tenemos debido a nuestra condición de seres “humanos” y por el hecho de que seguimos con vida y por ende, con posibilidades de hacer algo al respecto.

Este suceso debe servirnos como sociedad para que reflexionemos sobre nuestros valores y conductas. Evidentemente, quienes han hecho esto y otra cantidad de barbaridades carecen de los valores más fundamentales y de aprecio alguno por los seres vivos. Asimismo, llama la atención que por enésima vez nos quejamos de estar mal con el eterno lamento de que lo mejor que podemos hacer es irnos del país. Ante esto hay, una vez más, otra pregunta que nadie se hace y otra reflexión que ante la desesperanza, suele pasarse de largo.

¿En qué momento dejaremos de tirar la bola esperando que otro nos resuelva el problema?

Si nos vamos todos, ¿Quién queda para arreglar el caos?

Nuestra deplorable situación no tiene remedio posible si no entendemos de una vez por todas que no hay más responsables de ésta que nosotros mismos. Por lo tanto, nadie más puede arreglar el problema, y seguir abanderando la causa del éxodo, en el sentido estricto, no conduce a otra cosa que al continuismo de la crisis. Como nadie toma la estafeta, evidentemente la cosa no camina. Hay que entender que no existe una fórmula mágica para que al día siguiente amanezcamos como otra sociedad, pero podemos dar un primer paso significativo al auto-evaluarnos como personas.

Es triste que haya tenido que pasar esto para hacer un llamado así de importante.

Hemos topado contra la pared y cruzado la línea entre lo racional y la barbarie. Las críticas se han dado a notar, y aunque la mayoría opta por seguir la tendencia de opinión más popular, en la cual el hipopótamo es llorado como si en vida hubiese sido un ser amado, hay otra gama de veredictos que sobresalen. Hay quiénes tachan a los mismos que se quejan de esta hecho como hipócritas.

En estas duras opiniones, se enfatiza el hecho que en el país, hay 8 muertes diarias. Se focaliza el hecho que El Salvador está en la lista de países más peligrosos a nivel mundial, y que ya de por sí, hay una larga lista en espera de problemas sociales y económicos que deben ser solventados. Y aparentemente, llorar la muerte de un hipopótamo no tiene cabida, según estas incesantes críticas, dentro de nuestras preocupaciones diarias y prioritarias.

Sin embargo, analicemos estos puntos con criterio.

Como se dijo anteriormente, este hecho simboliza “La gota que derramó el vaso”, es el impulso para decir: “Ya no más”.

Otra cosa que hay que recordar es que los animales no gozan de los derechos que los humanos. Y con esto, nadie está diciendo que la vida de un hipopótamo valga más que la vida de aquellas personas que han perdido la vida ante la delincuencia.

Al contrario, al denunciar el sufrimiento y el horror por el que pasó Gustavito, estamos denunciando todo lo que es injusto para los seres vivos. Con estas palabras, estamos denunciando lo inaceptable que es el hecho que un ser inocente, humano o animal, sea descuidado para satisfacer los intereses de terceros (Por qué de que hay gato escondido, hay gato escondido).

Con este artículo, queremos que la sociedad despierta, que exista más solidaridad entre nosotros y hacia otros seres vivientes.

Tras adentrarnos en la presente reflexión,  no queda más que decir que lo primero que se debe hacer como muestra de que se ha entendido el mensaje es cerrar el Zoológico. Aunque estamos de acuerdo en que dicho parque está en unas condiciones en las que su cierre sería poco más que algo ético y justo, no lo estamos con el modo en que se quiere hacer conciencia de ello. Hasta hoy, que la situación raya en lo insólito, se quiera hacer algo, pero de que se tiene que hacer algo, se debe hacerlo.