¿Importa más el comercio que la educación?

¿Importa más el comercio que la educación?

Parte 2: Ensayos sobre la educación

La educación privada, en cualquiera de los niveles, tiene la connotación de ser superior a la pública mediante tres premisas básicas: Equipo tecnológico, infraestructura y docentes capacitados. Si bien la mayoría de colegios y universidades cumplen esos tres requisitos, en la práctica mantienen una cuarta premisa que todos conocen pero poco se reflexiona: Entre más cara, mejor.

Las universidades privadas aprovechan en gran medida la misma vieja idea:

Tanto tienes, tanto vales.

La publicidad previa a los inicios de ciclo se llena con mensajes de optimismo y de oportunidades de crecer. Este contenido supuestamente es para empoderar a una nueva generación de futuros profesionales. Se utilizan también curiosas palabras como vanguardia, calidad, excelencia y capacitación.

Las universidades privadas se venden a sí mismas con características ideales y como  un símbolo de excelencia donde se aplican modelos educativos contemporáneos. Ofrecen una serie de beneficios con nombres y apellidos llamativos, así como otras ganancias que recibe un estudiante de campus.

 ¿Importa más el comercio que la educación?

Ofrecen todo tipo de atractivos.

Ofrecen desde carreras que no se encuentran en otros centros de educación superior, convenios con otras instituciones para complementar el proceso académico, cursos y diplomados adicionales para un mundo competitivo, tecnología hasta acceso a biblioteca, entre otro sin fin de insumos para crear la imagen una vida universitaria plena.

La realidad dista mucho de esa ilusión.

Todo aquel paraíso educativo está al alcance de aquel estudiante, o padre de familia, que sea capaz de costearlo. Además de las cuotas fijas por cada ciclo, se encuentran otros curiosos aranceles destinados para aprovechar el máximo potencial de pago.

Existen cobros por cursos complementarios de carácter obligatorio para poder graduarse, cobros por papelería, por certificaciones adicionales y por uso del parqueo (y que Dios te ayude a encontrar espacio), exámenes de reposición y, por las dudas, otro denominado como “gastos extras”. Además, se debe incluir aquellas actividades extracurriculares definidas por algunas materias, en la cuales el grupo de estudiantes debe pagar una muy cuantiosa cantidad de dinero para llevarlas a cabo y poder aspirar a una buena nota. ¿Y esto qué demuestra?

La visión comercial está por encima de la educativa.

Muchos de los estudiantes seducidos por el paraíso ofrecido optan por diversas estrategias para poder suplir el costo de su propio conocimiento. Algunos solicitan préstamos bancarios o es la misma universidad la que los endeuda por más tiempo del necesario. Otros buscan trabajo a medio tiempo y se dividen la jornada educativa con la laboral y, aquellos con mejor suerte se unen a la fiebre de emprendimiento con tal de poder generar ingresos.

 ¿Importa más el comercio que la educación?

La educación se vuelve un negocio próspero en un país con alto índice de desempleo, una población joven en crecimiento y una saturación en el mercado de profesionales en distintas carreras. Todo ello se vuelve una plataforma ideal para que los distintos centros de estudios prometan un futuro de éxito a un muy buen precio.

Cuando prioriza la ganancia por el valor educativo, el conocimiento mismo se devalúa.

Las universidades deben equilibrar su postura como empresa con todo lo que ello implica y su lugar como centro de enseñanza. Deben comprender que su papel en el mundo sí es de preparar mejores profesionales para el país pero es su obligación acercar el conocimiento a todo aquel que desee aprender.

La empresa-universidad convierte en clientes a los alumnos y al hacerlo, debe monitorear que ellos cumplan el requisito monetario traducido en cuota o solvencia para poder gozar de esos privilegios que ofrece. En caso de impago, pierde valor y se degrada a un criterio de moroso; es decir, alguien a quien no debe prestársele todos los servicios y negarle sus derechos, como a recibir su evaluación de período.

Limitar el acceso a un costo monetario se convierte en una sutil forma de promover lo siguiente:

La ignorancia y el elitismo social.

De continuar así, el mismo quehacer universitario será relegado a un mero intercambio económico a cambio de poder decir que pertenece a un centro de estudios superior, sin valorar el alcance del conocimiento y de la práctica profesional. De continuar así, el nuevo profesional estará condicionado por la deuda acumulada en su carrera y la desesperación por encontrar un puesto para poder pagarla. De continuar así, se estará impulsado a que el estudiante posea más interés por el dinero que por mejorar la sociedad a través de su ejercicio.

 ¿Importa más el comercio que la educación?

La universidad privada debe recordar que antes de las ganancias está el compromiso filosófico por crear conocimiento y por formar a una nueva generación de profesionales dispuestos a trabajar por vocación. Debe innovar para servir de ejemplo, pero sin la necesidad de incrementar su cuota solo por incluir un nuevo servicio o ampliar su currícula de carreras disponibles.

La única barrera que debe tener el acceso al conocimiento debe ser el límite de la curiosidad humana; depender del dinero para tener acceso a una mejor educación solo está retrasando el progreso del país y de la humanidad en general.