Al frente y a la espalda de El Salvador del Mundo

Al frente y a la espalda de El Salvador del Mundo
Fotografías de: Contra Luz.

Fieles peregrinos se reunían en la Plaza Salvador del Mundo. De forma ordenada, se ubican al frente y los costados de una tarima desde la cual un hombre, identificado con una camisa del ahora beato Monseñor Oscar Arnulfo Romero, pronunciaba un discurso que parecía más una súplica a la unión, fraternidad y hermandad entre los presentes.

“Sean todos bienvenidos, es un momento de gozo para El Salvador, bienvenidos nuestros hermanos de Guatemala, de Costa Rica, de todo el país. Es una noche de unidad, de hermandad, de alegría. Que se escuche hasta el cielo una sola voz, en esta noche no debemos estar separados, no debemos estar divididos, seamos un solo cuerpo como iglesia”, sus loables palabra sonaban como fondo de todo lo acontecido, como la música en momentos claves de una cinematografía pero que poca o nula atención ponemos con nuestros sentidos.

Aquel hombre continúa llamando a todos a acercarse, a compartir un momento de oración y reconocer en el otro a nuestro prójimo y hermano, entre otras palabras que caracterizan los discursos religiosos.

La noche hacía su entrada y las luces de las calles, edificios y distraídos vehículos que rodeaban el lugar solo competían con las velas que los feligreses portaban. Una vigilia estaba próxima a realizarse, el motivo:

37° aniversario del martirio de Romero.

Un 24 de marzo de 1980, en un El Salvador a punto de estallar, Oscar Romero fue asesinado mientras celebraba una eucaristía en la capilla del hospitalito de la Divina Providencia.

Para muchos, es con su muerte que se inicia la denominada guerra civil.

Han pasado 37 años de aquel acontecimiento y su legado parece no desaparecer de la memoria histórica del país y de los registros religiosos. Hoy, 37 años después, una comunidad se ha reunido en aquella plaza para conmemorarlo y, algunos, a soñar con una canonización.

Los caminantes de fe y portadores de velas continúan llegando al punto de encuentro; casualmente, el mismo acto se realizaba con la misma solemnidad en la Catedral Metropolitana, sin embargo, se tuvo que cambiar debido a remodelaciones que se están realizando justo frente al monumento de cemento que sirve para representar la presencia del catolicismo en el país, o al menos en la capital.

El Salvador de Mundo era testigo, desde su privilegiada altura, de aquella muestra de fe y unidad.

Ante su mirada, estaba una pequeña parte de iglesia, o la iglesia de su padre, lista para iniciar el acto religioso.

El discurso del hombre de la camisa de Romero llamaba a la iglesia a ser fraterna.

– Tienen que moverse, no pueden estar acá.

– Oficial, nosotros tenemos el permiso y todos los fines de semana vendemos acá. Es nuestro lugar.

– Deben moverse a otro lugar.

– ¿Por qué debemos hacerlo? No estorbamos a nadie.

El diálogo era entre agentes del CAM, un hombre con chaleco azul de la alcaldía y un hombre de rastas.

A las acciones propias de la iglesia no podían faltar las acciones propias del comercio.

Desde antes que la feligresía llegara con sus luces, buenos salvadoreños ya ofertaban camisas con rostro de Jesús, también de Romero, gorras, crucifijos, medallas, estampas, y otro sin fin de artículos comerciales puestos a la disposición de la fe.

Pero un puesto rompía el esquema armonioso; ofrecía tatuajes temporales, huesos tallados, collares tribales, anillos con dragones, esqueletos o símbolos de otras filosofías. Sus vendedores poseían rastas, aritos en lugares poco comunes y los rostros en sus vestimentas eran otros. A ellos, se les pedía moverse del lugar.

Fotografías de: Contra Luz.
Fotografías de: Contra Luz.

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La tarde estaba despidiendo sus últimos rayos del sol; el Divino Salvador del Mundo distaba mucho de la imagen que sucedería en un par de minutos. No eran feligreses los que se paseaban de un lado a otro, no eran oraciones o discursos elocuentes el sonido de fondo.

Tampoco había portadores de luz.

Bicicletas, patines, un rap por allá, un rock por acá y acrobacias eran el sonido de aquella tarde. Los jóvenes y adultos pertenecientes a la cultura skate y demás, se apoderan del redondel y aprovechan su espacio para practicar el deporte que les agrada.

Parecían no estar conscientes del evento que tendría lugar en pocos minutos, o quizá sí, y de forma despreocupada seguían en sus actividades. Su ubicación, la cual no era accidental, era a la espalda del monumento que da nombre a la plaza; ese espacio ancho que se extiende en esa parte parece ser perfecto para su pasión.

***

– Pedimos que se acerquen que pronto comenzará la homilía, hermanos, ordenémonos para dar paso a los sacerdotes que presidirán la misa.

Los agentes del CAM parecen recibir una indicación.

Dejan en paz a los vendedores de artículos no religiosos. Se retiran al tiempo que otros personajes comienzan a tomar su lugar privilegiado en la tarima.

Ante los ojos de El Salvador del Mundo, las personas están reunidas por la fe. A la espalda de El Salvador del Mundo, las personas están reunidas por el amor al deporte. Todos convergen en ese monumento.

La discordia que nos divide como sociedad se hace presente hasta en lo mínimo.

Además de no ser capaces de reconocernos a nosotros mismos en el otro se agrega la tendencia a discriminar y rechazar cualquier forma de pensar que no sea la nuestra.

En esa noche dos grupos diferentes compartían el mismo espacio pero eran distanciados por la intolerancia, práctica común de salvadoreño y que tanto daño nos hace como sociedad. La necesidad del consenso es cada vez más notable para afrontar los problemas sociales que enfrentamos. Sin embargo, parecemos resistirnos a esa idea y acomodarnos a la fácil posición de criticar y desalentar a quien se nos ha dicho es un contrario, en lugar, de verlo como nuestro aliado.

Al frente y a la espalda de El Salvador del Mundo
Fotografías de: Contra Luz.