La domesticación de la poesía

Imagen tomada de: diariojudio.com
Por: Ian Yetlanezi Chávez Flores, México

Octavio Paz mencionó que la poesía nunca estuvo al servicio de la nobleza, porque este género literario no se domesticó con los estudios estructuralistas, como sucedió con la novela y el cuento. Sin embargo, en pleno siglo XXI está surgiendo un evento interesante en México que pocos desean aceptar o mencionar: la poesía, por primera vez en la historia, ha sido domesticada. Tal vez muchos griten que eso es imposible, que la poesía nunca podría estar encadenada y/o sujeta como perro que sale a pasear por la mañana.

Es alarmante este hecho, porque la academia –grupo que quería domesticar la poesía– no ha logrado establecer cuántas sílabas, cuántas figuras retóricas componen a un poema, sino que la sociedad posmoderna ha aceptado que lo ecléctico y lo sincrético, además de lo azaroso y la falta de conocimiento de las cosas, funcionan como elementos válidos para elaborar arte. Aunque aquí surge una duda: ¿el arte en este siglo puede ser elaborado por todos? Sí, el arte lo puede hacer cualquiera y por eso la poesía ha podido ser domesticada. Solo se necesita salir a la calle o ver el celular para darse cuenta que existen algunos letreros ofreciendo cursos de versos, micrófonos abiertos, poemas exprés en los metros de las ciudades, pensamientos supuestamente poéticos en Facebook y Twitter. A la poesía se le ha tomado con una soga por el cuello, como a Lucky en Esperando a Godot.  La inmediatez, la fantasía de crear arte en menos de cinco minutos y mostrarlo de manera narcisista en redes sociales son síntomas que demuestras que los versos libres, las temáticas cursis y decadentes se han vuelto un virus que ha vencido a la poesía. Muchos se preguntarán: ¿qué tipo de virus ha tomado a la poesía? La misma posmodernidad, la aceptación de todo para elaborar todo sin importar si hay una generación de conocimiento, o el nacimiento de una crítica a la sociedad en la que se vive.

La poesía no puede domesticarse

La poesía ha pasado a ser un ave que trina cada vez que un pensamiento puede ser plasmado en un celular o en la improvisación de un micrófono abierto. En mi opinión, vomitar palabras, producir verborrea y estar en contra del supuesto sistema que ha puesto las tarimas para hacer eventos culturales en un espacio público, no generan conocimiento, no generan sensibilidad con las palabras, no existe una ruptura de la estructura, no existe poesía. Tal vez haya una presentación de ideas de lo que puede ser un poema, porque, sinceramente, hacer poesía no es dejar que el viento haga toda la labor. Es decir, la verborrea ya no entrega experiencias estéticas, porque eso ya sucedió con las vanguardias. La poesía es una actitud hacia la vida, una aceptación de conocimientos, un trabajo que alguien se toma en serio para intentar aportar algo que nunca habíamos visto, sentido, escuchado, ilusionado, etcétera.

Parte de la poesía del siglo XXI es posmoderna, está bien, corresponde a su tiempo, sin embargo, no es bueno domesticarla y entregarla a fines neoliberales. Aunque en estas épocas decir que algo es posmoderno y neoliberal puede ser considerado como algo bueno, algo que debía suceder. Ese argumento no va conmigo –tal vez con usted sí, pero ése es otro cuento–. La poesía no puede domesticarse y tampoco debe ser dejada en las manos de unos cuantos para comercializarla, como sucede con las asociaciones civiles, los ganadores de premios literarios, los académicos que producen masivamente para el CONACyT (Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología), los editores, los correctores de estilo y unos cuantos “libre pensadores” del amor de redes sociales. Hay que ser sinceros, algunas asociaciones civiles existen para beber miles de litros del presupuesto gubernamental o del capital privado. Los premios literarios determinan el valor de una obra a través del número de ventas que se puede obtener de un libro; los académicos publican estudios para ganar puntos y ascender en la escala del Sistema Nacional de Investigadores; los editores juegan el mismo papel de los premios literarios; y, los libre pensadores del amor generan videos, “likes”, “shares” para obtener dinero electrónico a través de las cuentas PayPal y así sustentar una parte de su vida cotidiana.

todo se ha vuelto líquido

Se necesita aceptar que los poetas están muriendo –o ¿recreándose?–, ya no existen personas como Baudelaire, Rimbaud o Nezahualcóyotl, poetas que sólo deseaban una exploración personal del arte, dejando al tiempo lo que deba hacer para ver si son recordados u olvidados. Se me puede objetar que son otras épocas, que vivimos en una constante crítica de lo establecido; es verdad, pero también es verdad que todo se ha vuelto líquido: algo aparece y se esfuma en poco tiempo. Se debe aceptar que  la poesía se ha domesticado por la inmediatez con la que se elaboran los versos, con la inmediatez con la que se lee, con la inmediatez con la que se olvida. Es decir, ¿dónde queda el análisis vital de las cosas?, ¿acaso también aceptar lo inmediato y la muerte deben ser parte del proceso posmoderno y neoliberal? o, puede pensarse: ¿solo estamos fingiendo que no sucede nada mientras la poesía desaparece? No lo sé, pero es importante mencionar que ahora, algunos sectores de la sociedad mexicana se han vuelto los nobles del barrio que elaboran poesía y que, con verle la cara de tontos a muchos, pueden pagar las cuentas porque ya tienen una asociación civil que dice estar a favor del más vulnerable. Son muchas cosas que se deben pensar y, a veces, esta actividad debe hacerse desde un punto de vista no tan optimista, esto para entregar una reflexión que muchos callan.


 

Sobre el autor 
Ian Yetlanezi Chávez Flores nació en la Ciudad de México (1990). Estudiante de la Maestría en Humanidades en la Universidad Autónoma del Estado de México. Ha publicado ensayos literarios, cuentos y poesía en diversas revistas independientes.