Salvadoreñas: Vos y yo, hacinadas y uterinas

Hacinadas y uterinas
Fotografía gracias a: La Patita Café SV.

En El Salvador nos volvemos cada vez más, ¿será posible sostener tanta población en un país del tamaño del Lago Titicaca? ¿Será que las salvadoreñas poseemos una especie de necesidad de cuidar de seres pequeños y desprotegidos?

Catorce niños nacen cada hora en El Salvador, 182 mil al año. Estas son cifras de un estudio realizado por UNICEF para 2015.

La mujer salvadoreña está condicionada por la sociedad a ser ‘madre’ para ser ‘mujer’, y ésta asume su rol con ‘devoción’. Ese sentimiento arraigado y profundo de ser ‘dadoras de vida’, de seguir los lineamientos de la naturaleza o de la misógina autoridad manifestada hacia Eva en Génesis 3.16: “Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti”.

 Cierto es que un hijo cambia siempre la vida de las personas, ya lo decía el escritor francés Honore de Balzac: “Los que no tienen hijos ignoran muchos placeres, pero también se evitan muchos dolores”.

Todos creemos hacer lo correcto, según nuestro cúmulo de valores o creencias, pero cuando vemos más allá, y utilizamos la lógica en lugar de la ideología, identificamos fenómenos y nos volvemos pragmáticos. Un poco de pragmatismo no le viene mal a ninguna sociedad. La mujer, además de su función reproductiva, cumple tareas de vital importancia para el funcionamiento de una sociedad.

Y no estamos hablando sólo de la administración del hogar.

Salvando el hecho de que muchas mujeres se ven forzadas por la sociedad y sus parejas a procrear, a reproducirse, existen otras que no sólo aceptan este injusto hecho, sino también, lo abrazan cual si fuera su destino manifiesto, cual fuerza colosal que las sobrepasa y estimula a admitir un innecesario papel de madres.

La función reproductiva es sin duda importante para la continuidad de la especie, pero ¿qué pasa si la especie se ve afectada por esta función reproductiva?, ¿qué pasa si esta función reproductiva se altera hasta derivar en una ‘filiación uterina’?, ¿qué pasa si todas somos madres al mismo tiempo en un contexto desfavorecedor?

El término planteado en este artículo es ‘filiación uterina’ y viene del griego filos que significa ‘amor’ o ‘simpatía por’, y la palabra útero órgano femenino en el que se forma un embrión. Y podría  entenderse como un sentimiento, ferviente necesidad o deseo urgente de criar y cuidar seres menores, frágiles y pequeños, incluso sin tener la obligación de hacerlo.

“Eso es amor” dirían muchos a simple vista.

“Es la naturaleza femenina”, pero, ¿qué tal si se tratara de un condicionamiento social o cultural más que de un deseo verdadero? Y es que en muchos casos lo es, debido a la intrincada representación social de ‘madre’, que confiere adjetivos, hipérboles e ideales tan variopintos como: “Madre la más bella rosa”, “madre solo hay una” los cuales no permiten, a quien los ingiere, analizar de manera objetiva o racional el porqué de la decisión de ser madre. Incluso éstos inhiben la capacidad de crítica hacia la propia madre. Esto último sería gravísimo para el desarrollo adecuado de la persona, ya que despoja a la figura de la ‘madre’ de su naturaleza evidentemente humana.

Sí la sociedad te adjudica tantos bellos adjetivos por ser ‘madre’ ¿por qué no serlo? Ser madre es hermoso cuando se elige, cuando se da por decisión propia y no constituye un obstáculo, ni para la sociedad, ni para las prioridades de una mujer moderna.

Sucede que, en países como El Salvador, la maternidad se vuelve una práctica irreflexiva, es decir, el rol de madre se asume sin cuestionarlo, como diría Weber “para mantener la estabilidad de la costumbre”.

Lo hacen por moda o para que “no te deje el tren”.

Lo cierto es, que esta falta de reflexión a la hora de concebir hijos genera varios problemas en el individuo y en la sociedad en general. Es sabido, por casi todos, el problema de sobrepoblación en los países latinoamericanos, donde es difícil encontrar familias nucleares de papá, mamá y nene, la mayoría de familias optan por engendrar entre tres y cinco hijos.

El Salvador, un país de 21,040.79 km², es quizá el ejemplo más alarmante de sobrepoblación en el continente, ¡estamos hablando de casi el tamaño del lago Titicaca en Sur América!, en extensión territorial, y 5,744,113 en cantidad de habitantes de acuerdo al censo de 2007, es decir una densidad poblacional de 290 habitantes por km². Cinco millones no es mucho, dirán algunos, son las cifras de siempre. Sin embargo, cuando se analizan los reportes de nacimientos en los hospitales, tanto públicos, como privados resulta que la cifra sube exponencialmente pasando de los 8 millones.

Según analistas como el economista Raúl Moreno citado en un artículo del periódico digital Contra Punto, el censo de 2007 fue manipulado por el gobierno en turno para hacer ver mayor el ingreso per cápita, (el ingreso nacional entre la población total de un país) y de esta manera convertir a El Salvador en sujeto de créditos internacionales y simpatías electorales. Esta posible alteración de números por parte del gobierno del presidente Saca ha generado percepciones erróneas en diversos fenómenos sociales, tan básicos, como la inadecuada cobertura en el sistema de salud que está totalmente saturado y excede el 35% de los cálculos recomendados por la OMS, ya que éstos han sido realizados para una población mucho menor. Ayala R. (2016).

Sucede algo parecido con las cifras sobre la delincuencia.

Como menciona Ricardo Ayala en su artículo El amaño de las estadísticas demográficas (2016), estas cifras nos han hecho quedar muy mal a nivel internacional”, resultando El Salvador como el país con la tasa de homicidios más alta del mundo (más de 100 homicidios por cada 100,000 habitantes por año). Esto último basado en 6.4 millones de habitantes para 2015, muy por debajo de la población real cercana a los 7.8 millones. De ser así todo cambia, la cifra de homicidios bajaría a 84.9, siempre alta, pero menor, dejando de ser la más alta del mundo.

Me gustaría desligar el concepto de ‘filiación uterina’ de el de ‘sobrepoblación’, pero a mi parecer es imposible, ya que muchos de esos seres que ahora inundamos las ciudades hemos sido, en parte, producto de esta condición psicosocial de la mujer salvadoreña, y por qué no, latinoamericana. En verdad me gustaría que algún experto/a pudiera ahondar más en el término que aquí propongo y darle un significado digno para sustentarlo con un marco teórico más amplio. Por el momento me limito a exponer mis ideas.

Luego de este paréntesis, continúo.

Sin duda el crecimiento de la población no ha bajado, sino al contrario.

Algunos dicen que incluso se ha duplicado alcanzando los 12 millones.

Y es que es evidente en el diario vivir, desde las enormes filas para comprar en los supermercados, pasando por los ‘buses sardina’ y los tráficos de tres horas en tres kilómetros en hora pico, hasta el hacinamiento en las casas y las escuelas, situaciones que generan una calidad de vida casi paupérrima.

Son muchas las causas de la sobrepoblación en El Salvador y sería insensato reducirlas solo al fenómeno de la ‘filiación uterina’. Sin embargo, esta condición, junto a la pobre educación sexual, es una de los más relevantes.

Al ser la mujer la que pare a los hijos, ésta debe saberse poseedora de dicha condición, interiorizarla e interlocutar con ella para lograr el tan ansiado empoderamiento femenino. Este último va más allá de sentirse orgullosa de levantar un garrafón de agua, ser madre y padre a la vez o beber tanta cerveza como se quiera, que dicho sea de paso ninguna de las anteriores, figura como anormalidad moral, pero sí la aleja del verdadero sentido de empoderamiento. El saberse culturalmente ‘uterina’ no conlleva la renuncia de los sanos afectos maternos que hacen mucha falta a las sociedades en general, más ‘cuidadanos’ como menciona Gioconda Belli en El país de las mujeres, al referirse a los ciudadanos de un país gobernado sólo por mujeres en el que todos se cuidan entre sí, y lo más importante aman y cuidan a su patria.

El planteamiento de Belli suena hermoso e ideal en el contexto del libro.

 

Sin embargo, en el mundo real, quizá sea más difícil debido al uso difuso del concepto de ‘madre’.

Los valores maternos son sin duda excepcionales, puros y nobles; no obstante, regularmente se utilizan como excusas, argumentos o justificaciones para manipular emociones y someterse a situaciones que merman la calidad de vida de las personas, social, física y psicológicamente. Se naturaliza el hecho de procrear como mandato, sin medir consecuencias para la vida del ser humano que viene en camino. No hablamos sólo de las condiciones económicas; estamos hablando de calidad educativa, de los padres en primera instancia y del hijo lógicamente. Nos han enseñado a pensar que donde caben dos caben tres, que donde tres caben cuatro y que donde cinco, seis. Sin embargo, en la práctica esta colectividad, a menudo hacinamiento, trae siempre consecuencias en el desarrollo de los individuos.

Hay muchos ejemplos al respecto. No todos los individuos logran formarse académicamente sufriendo mayor precariedad y falta de oportunidades; más de alguno puede perderse en el camino por falta de atención, y estos seres manifestarán sus frustraciones o descontentos en algún momento y no siempre de manera pacífica (delincuencia), así como un largo etcétera, esto sólo en el seno familiar.

La responsabilidad de procrear un hijo recae en ambas partes, tanto en el hombre como en la mujer, esto está claro. Sin embargo, la mujer, al entender que es sujeto crucial en la toma de decisiones sobre la natalidad dejando de lado sentimentalismos culturales y filiaciones uterinas, sabrá mejor cómo enfrentar los avatares sociales que le impone la maternidad como ‘normal’ por su condición femenina.

Tendrá argumentos y valor para decidir cómo y cuándo procrear.

De igual manera, la mujer podría desarrollarse mejor si su posible ‘filiación uterina’ se volcara hacia otros temas de relevancia social, si todo ese amor y energías se condujeran hacia proyectos, deseos y aspiraciones que la nutran, primero a ella como ser humano, y luego a un hijo que habría que moldear desde cero. Es obvio que para la mujer esta decisión debería ser personal; al menos ese es el ideal.

En este planteamiento de ideas, no estamos hablando de la renuncia de los placeres sexuales femeninos ni de su goce, que como se sabe, forman parte de un ser humano integral, sino más bien de postergar, planificar y decidir de manera sensata cuándo es conveniente o no traer a un ser al mundo, sin presiones ni creaciones culturales como la contraproducente ‘filiación uterina’. Al final de cuentas, somos las mujeres quienes deberíamos decidir sobre nuestro futuro, si ser ingenieras y dedicarnos por amor al hogar o ambas cosas a la vez o quizá ninguna, si viajar por el mundo, disfrutar solas, o permanecer como siempre: hacinadas y uterinas…

Agradecimientos a Patricia Hernández por el artículo. Puedes visitar su blog: La Patita Café SV.