La verdad económica detrás de la ventana rota

Una ventana rota por un chico de la calle es desde hace unos 170 años; una constante que aparece en el debate económico cada vez que la sociedad se ve afectada por situaciones adversas de distinto tipo y tamaño, desde vandalismo, pasando por desastres naturales, hasta las más cruentas guerras. Esta argumentación reaparece una y otra vez para justificar que tras la destrucción y prejuicios en cada una de estas situaciones, habrá una fase de crecimiento económico.

Traemos este tema a colación porque el año 2017 ha estado más que adecuado para quienes defienden este tipo de argumentos. Ha estado marcado por suceso de algunos desastres naturales que han causado estragos en distintos países, principalmente de América Latina. Para el caso, los huracanes Harvey, Irma, Nate y asimismo 2 fuertes terremotos en México han traído nuevamente al debate un interesante recurso didáctico cuyo propósito original era demostrar que los daños materiales no estimulan la actividad económica realmente. Sin embargo, este planteamiento es utilizado con frecuencia –e inconscientemente- por quienes tratan de sustentar el argumento contrario.

¿En qué consiste exactamente?

El economista liberal francés Frédéric Bastiat enunció esta hipotética situación durante el Siglo XIX, según la cual un muchacho travieso arroja una piedra al vidrio de una panadería y lo rompe. Acto seguido se genera una gran conmoción entre los transeúntes y propietarios de otros negocios de la cuadra. En principio, esto se asume como algo reprobable, pero a la postre y analizando la situación, concluyen que en realidad no es algo tan malo.

La verdad económica detrás de la ventana rota

La razón de esto es que –supuestamente- el vidrio roto estimula el funcionamiento económico en base a que por este mismo acto de vandalismo, el panadero habrá de gastar en la reparación de su aparador; cosa que como es de suponer, genera un ingreso al vidriero local. Éste a su vez podrá invertir esta ganancia ya sea en su negocio, un par de zapatos u otra cosa que desee, dando pie a su vez a un ingreso al zapatero u otro comerciante cuyos servicios contrate el vidriero y así sucesivamente.

En otras palabras, según los vecinos del panadero, el vidrio roto habrá generado un flujo económico infinitesimalmente prolongado en que se benefician todos los agentes a lo largo del mismo.

Todo esto suena razonable, hasta que el desventurado panadero entra en escena.

Tras contemplar que la muchedumbre está frente a la vitrina dañada desestimando la inconveniencia de su destrucción, el panadero irrumpe en la escena muy molesto y les explica la trampa del asunto. De no producirse este incidente, el referido comerciante todavía tendría en su bolsillo el dinero que obligadamente deberá gastar en arreglar la vitrina, que dicho sea de paso podría invertir en harina e ingredientes de mejor calidad o, como lo escribiera textualmente Bastiat, comprarse un traje nuevo.

En contrasentido que el resto de la gente, el panadero les argumenta que si con el dinero de la ventana rota va donde el sastre y le encarga un nuevo saco y pantalón, tendría siempre su ventana intacta con el plus del nuevo traje. A partir de aquí, inicia nuevamente un flujo económico exactamente igual, pues el sastre reinvierte lo que gana con el encargo del panadero y así hasta una cantidad infinita de agentes, bienes y servicios.

¿La diferencia? El costo de arreglar la ventana, que por el incidente se perdió. A decir del panadero, de no haber ocurrido nada, tendría todavía el dinero –o su traje- más la ventana en perfecto estado, mientras que debido a la travesura, todo lo que tendrá es una ventana obligadamente nueva. Ese dinero que pudo usar en otra cosa se acaba gastando en arreglar la ventana rota.

Bastiat introduce mediante esto, un concepto importante.

Esto es lo que llamamos en economía costo de oportunidad. A grandes rasgos, se trata de aquello que dejamos de percibir u obtener cuando definimos el destino de nuestros recursos. Considérese que necesitamos tomar un taxi para ir a hacer un mandado importante, pero queriendo salir de casa la llave se rompe al intentar abrir la puerta. Significa que deberemos llamar al cerrajero para que nos haga una nueva llave y cerradura, por lo que usamos el dinero del taxi y en consecuencia ya no podremos salir y hacer nuestra diligencia. Todo esto último constituye el costo de oportunidad del pequeño incidente con la llave.

A través de este concepto, se refutan todas aquellas argumentaciones en favor de la destrucción material como punto de partida de muchos posibles negocios y sus consecuentes flujos económicos.

La verdad económica detrás de la ventana rota

Aquí es donde entra la triste realidad de los casos recientes de desastres naturales. Si bien no podemos cuantificar ni predecir o evitar sucesos como huracanes o terremotos, no hace falta ser economista para darnos cuenta de todo el dinero e inversiones perdidas a causa de éstos. Es probable que dichos fondos originalmente tuviesen otros planes, pero debido a lo ocurrido se han tenido que reorientar para, al menos, intentar lo siguiente:

Estar igual o un poco mejor que antes de la catástrofe.

Quizá en este tipo de casos resulta ineludible invertir en reparar los daños, pero resulta más que evidente que no hay mejoras sustanciales en el contexto económico de los afectados. En recuperar lo perdido se sacrifican posibles planes e inversiones que ya no podrán realizarse.

En síntesis, se mueve dinero de un punto a otro de la economía sin generar nueva riqueza. Mediante la falacia de la ventana rota, queda demostrado que la destrucción material, producto de cualquier causa si bien genera actividad económica, no se trata más que de agujeros que se cubren con dinero y recursos que originalmente tenían otro fin.

Por lo tanto, aunque haya movimiento de ciertos agentes, en realidad no se ha ganado nada importante, sino por el contrario se ha perdido mucho más y de igual forma, se generan costos innecesarios o imprevistos. De modo que para decirlo con propiedad, lo ocurrido este año o en cualquier otra tragedia humana, no representa concretamente progreso alguno.